Salvador Rueda: del cerebro humano al corazón de las ciudades
Salvador Rueda lleva más de tres décadas estudiando el cerebro de las ciudades. Y decimos ‘cerebro' porque este órgano es tan complejo y poderoso para el hombre como las ciudades para la historia de la Humanidad. Curiosamente, Salvador empezó estudiando Biología y Psicología, porque quería dedicarse a investigar neurotransmisores. Sin embargo, la vida y las casualidades le llevaron a participar en un proyecto en el barrio barcelonés del Besòs, y de sus investigaciones y la incorporación de la ciencia en la gestión de la zona, vino la necesidad de crear la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona (que dirigió desde su fundación en 2000 hasta el año 2019), la primera institución de este tipo en España.
Salvador es, actualmente, el Presidente de la Fundación Ecología Urbana y Territorial. Hablamos con el ‘padre de las supermanzanas’ (y de tantos proyectos estratégicos más), sobre los retos y el futuro de las urbes desde la única perspectiva que él contempla: la ecología.
¿Cómo fue ese salto de la psicología al campo de la ecología y el urbanismo?
Pasé de estudiar el cerebro, que es el sistema más complejo de nuestro cuerpo, a analizar las ciudades, que son los sistemas más complejos que ha creado la especie humana. Mi visión es de ecólogo (Salvador también se diplomó en Ingeniería Ambiental y en Gestión Energética) y los ecólogos tienen como objeto de estudio los ecosistemas. Y… ¿qué es una ciudad sino un ecosistema humano? Por tanto, se rige por las mismas reglas que la ecología académica plantea, pero incorporando una variable: la intención (los intereses y el poder). Esto es lo que hace a las ciudades, entes más difíciles de controlar para ‘hacer ciencia’.
Mi trayectoria siempre ha estado encaminada a la transformación de estos ecosistemas tan bonitos y tan especiales que hemos creado. Y la máxima que persigo es que las bases de la planificación y de la transformación urbana tienen que estar ligadas a las personas y a las leyes de la naturaleza.
¿Cuáles son los grandes retos a los que se enfrentarán las ciudades del futuro?
Los dos grandes retos están ligados a asegurar el futuro: por un lado, hacer más sostenible aquello que desarrollemos; por otro, entrar en una nueva era, de la sociedad industrial a la sociedad digital, de la información y el conocimiento.
Hay que entender que el hoy es fruto de cómo hemos organizado los sistemas urbanos hasta ahora. Esto nos ha llevado a una situación límite y a que fenómenos como el cambio climático se hayan convertido ya en emergencia. Los principales emisores de GEI (gases de efecto invernadero) son las ciudades por lo que necesitamos regenerarlas para poder abordar estos retos.
Hay otros desafíos que acompañan a esta reflexión, ya que la emergencia climática tiene mucho que ver con los movimientos migratorios que van a suponer un colapso. Tendremos un problema grave de inhabitabilidad en asentamientos informales, y se producirán fenómenos de expulsión. Es decir, que a los flujos migratorios consecuencia de la emergencia climática se le sumarán los de la emergencia demográfica. ¿Están las ciudades preparadas para recibir estos flujos?
La situación es muy crítica y el origen está en la manera de producir y de organizar las ciudades. Necesitamos regenerarlas, cambiar las reglas del juego y planificar con nuevos principios sobre lo que ya existe.
¿En qué aspectos deberían trabajar las ciudades ahora para convertirse en entes más resilientes en un futuro?
El urbanismo que tenemos ya no sirve, la movilidad que tenemos ya no sirve… Necesitamos nuevas reglas del juego y un nuevo urbanismo, que es el instrumento que nos permitirá definir un sistema de proporciones que nos dé el equilibrio necesario para abordar los retos que tenemos sobre la mesa.
Se esperan incrementos de temperatura en todo el planeta, lo que nos obliga a renaturalizar las ciudades, a generar una alfombra verde en superficie y en altura, con suelos permeables, que nos permita reducir unos cuantos grados la temperatura ambiente.
Necesitamos desmaterializar la economía (me refiero a obtener servicios en vez de objetos) y ahí es donde entra el nuevo reto: optar por estrategias para competir no basadas en el consumo de recursos, como ahora, sino en la información y el conocimiento.
Dice que la movilidad, tal y como se concibe ahora, ya no sirve. ¿Cómo debería plantearse, entonces?
Entiendo que la movilidad en un futuro próximo tiene que ser de coche compartido: tiene que ser de servicio y no de tenencia de artefactos. De otra manera, lo que estamos haciendo es multiplicar el consumo de recursos y energía, tal y como hemos hecho hasta ahora. Esto es un error.
La movilidad tiene que ser un servicio integrado de modo que el acceso a la ciudad (o a cualquier parte del territorio) esté garantizado con medios alternativos al uso del vehículo privado y que no sea contaminante, que sean transportes alternativos. No tengo duda de que el coche autónomo será compartido, pero el coche eléctrico también tendría que serlo.
¿Cómo imagina la ciudad ideal del futuro?
Se habla de manera más o menos periódica de un tipo de ciudad diferente: la más reciente es la ciudad de los 15 minutos, pero también se habla de la ciudad resiliente, la sostenible, la saludable, la ciudad cuidadora… Pero, ¿hay un modelo urbano en el que todos estos tipos de ciudad sean posibles? Nosotros apostamos por el urbanismo sistémico, en el que llevo trabajando desde finales de los 80: es un modelo compacto en su morfología (que crea proximidad), complejo en su organización (mixto en usos), eficiente metabólicamente (busca la máxima autosuficiencia en energía, en materiales, con recursos naturales próximos y renovables) y es un modelo de ciudad que no excluye a nadie (está cohesionado socialmente). Este modelo urbano no es más que el de la ciudad mediterránea bien entendida, con las modificaciones necesarias a las que los tiempos nos obligan.
El urbanismo ecosistémico es el instrumento para conseguirlo. Se basa en un sistema de proporciones, tanto en los ecosistemas como en nuestra vida cotidiana.
¿Hay algún brote verde que nos aproxime a esta ciudad ideal?
Las supermanzanas, tal y como las planteamos, permitirían dividir por cuatro el consumo de energía relacionada con la movilidad, ¡por cuatro!
Las supermanzanas son un modelo porque se pueden extender a cualquier ciudad del mundo. De hecho, el modelo es la red y cada ciudad tiene su red, que se acomoda a la morfología de la ciudad y a las características de las vías y su historia. Y ahí es donde se busca una ecuación de eficiencia que trata de liberar el máximo espacio que se dedica a la movilidad sin que eso quebrante el funcionamiento de la ciudad. Esto pasa por reducir un porcentaje de tráfico asumible (entre un 10 y un 15%).
Ahora mismo hay supermanzanas en medio mundo: en Vitoria, Barcelona, Berlín, Nueva York, Vancouver, Montreal, Quito, Buenos Aires, Bogotá, Valencia… están trabajando con este modelo y creo que va a explotar. Si no ha explotado antes es porque hay muchas resistencias, ya que tocamos la esencia de las ciudades que es su dinamismo. Pero lo bueno de las supermanzanas es que lo cambian todo sin cambiar nada (solamente el rediseño, que resulta ser un factor muy barato). Por lo tanto, la aplicación de las supermanzanas no supone un problema económico o de tráfico: es un problema de mentalidad, de cambiar los estilos de vida y, también, político.
Las supermanzanas reducen el tráfico rodado para ganar espacio público, ¿pueden ayudar estos a combatir la soledad o la desigualdad?
El concepto de supermanzana social viene en ayuda de esta idea. Lo que busca es que esas supermanzanas (de unas 20 hectáreas y unas 6000 personas) sean áreas con determinada identificación y la posibilidad de incorporar la energía interna que tiene una comunidad para poder resolver sus problemas de carácter social.
Se trata de unir a la gente mayor con la gente joven, al voluntariado, a la posibilidad de generar procesos sociales tan necesarios en nuestra vida particular. Entonces, los servicios (y los servicios sociales) tienen que ser cercanos.
¿Qué es lo que más valora de su vida en la ciudad?
Ser ciudadano. Me explico: hasta ahora, no se ha definido muy bien qué es una ciudad. Yo voy a intentar localizar unas pequeñas piezas clave para entender qué es una urbe: una ciudad lo es cuando existe espacio público. El espacio público solo puede darse cuando hay una masa crítica de población y de actividades. El problema está en que determinados intereses se han hecho propietarios de este espacio público y han reducido el uso de los mismos a la movilidad: o sea, que el único derecho que tenemos como ciudadanos es el desplazamiento y la mayor parte de este espacio se lo fiamos a artefactos, a máquinas.
¿Qué ocurre? Los propios planificadores, sin darse cuenta, cuando modifican los usos urbanos lo que buscan es que la gente se pueda mover a pie, creando áreas peatonales. Y parecen no darse cuenta de que un peatón es un modo de transporte pero no es un ciudadano.
Hemos relegado la definición de ciudadano a un modo de transporte, a ser peatón, a desplazarse a pie. Pero no es así: yo quiero, además, poder desarrollar el ocio, el entretenimiento, que los niños puedan jugar en la calle, que pueda haber fiesta, deporte, estancias para tomar el sol sin hacer nada… Que el espacio público sea un espacio para la cultura y para el arte, que es un derecho que parece que hemos perdido. Pero necesito, además, intercambiar en ese espacio público, expresarme democráticamente… no solo desplazarme. Son todos estos derechos los que me hacen sentir ciudadano.
Y, ¿cómo se crean esas condiciones para ser ciudadano? Pues para eso están las supermanzanas, que es la propuesta más radical (la propuesta que va a la raíz, a la esencia) porque el ciudadano ocupa su espacio… porque es su espacio.
¿Qué máxima le gustaría transmitir a las futuras generaciones de urbanistas?
Que no hagan nada en lo que no crean. Y que tengan en cuenta que todo lo que hagan, lo que planifiquen, estará en un platillo de la balanza, para que se asegure el futuro o para lo contrario.