Arquitectas que sueñan (y trabajan) por la ciudad del futuro
Los espacios en los que nos movemos influyen en nuestra manera de organizarnos diariamente, en nuestra interacción con los otros y con la propia ciudad. La arquitectura refleja, por tanto, la forma en la que vivimos reproduciendo estereotipos sociales y, además, es la encargada de determinar nuestros movimientos y marcar las guías del futuro. En definitiva, las estructuras, edificaciones y monumentos de nuestro entorno nos cuentan la historia de quiénes fuimos, quiénes somos ahora y quiénes seremos el día de mañana.
Los estudios de arquitectura trabajan incesantemente en modelos de futuro, proponiendo novedosas soluciones que dan respuesta a los conflictos y carencias actuales, ahondando en conceptos como sostenibilidad, inclusión y feminismo, conversaciones latentes en la actualidad a las que la propia arquitectura y el urbanismo pueden dar un vuelco. ¿Existen las ciudades feministas? ¿Es posible una ciudad de los cuidados? ¿Cómo convertir nuestras calles y espacios inclusivos? Buscamos las respuestas en el trabajo de las grandes arquitectas de nuestra era, mujeres que transmiten, con cada proyecto, que el diseño no solo cambia el espacio sino que puede revolucionar la vida del individuo.
“El diseño transforma la realidad, la manera de pensar, el comportamiento, la vida de las personas, incluso puede contribuir a la equidad... lo que significa que puede cambiar el futuro. El diseño es político”, sentenciaba hace unos meses Belinda Tato (Fundadora de Ecosistema Urbano) en una ponencia para la plataforma Justicia Espacial. En su estudio se cocina siempre con tres ingredientes: lo medioambiental, lo social y la tecnología. Y todo está impregnado de una labor educativa y participativa: “Cada vez que hacemos algo en el espacio público estamos lanzando un mensaje a la ciudadanía”. Para Tato, es importante que el proyecto, por pequeño que sea (como el rediseño del entorno de una escuela infantil en Madrid, por ejemplo) sea social, comprendido por los vecinos y resiliente, pensado para permanecer, evolucionar con el propio entorno y de fácil mantenimiento. Eso es, en definitiva, urbanismo social, perdurable e integrador.
Una de las grandes soluciones, de las más aclamadas y que ya muestra ejemplos a lo largo y ancho del mundo, es la famosa 'Ciudad de los 15 minutos' un concepto acuñado y popularizado por Anne Hidalgo, la alcaldesa de París. Un modelo que, tras la pandemia, ha ganado adeptos en su ejecución. El planteamiento no puede ser más sencillo y efectivo: todo núcleo familiar ha de tener a su alcance, en un máximo de 15 minutos caminando o en bicicleta, todos los servicios básicos. Cercanía, accesibilidad, tranquilidad mental y, como definió la alcaldesa “Un Big Bang de proximidad” que se traduce en recuperar tiempo para el ciudadano, para la familia, para el autocuidado; que se traduce, en definitiva, en un modelo de ciudad que camina hacia la integración.
Cabe cuestionarse si las ciudades en las que vivimos están diseñadas con perspectiva de género, edad y necesidades de accesibilidad, integrando a todas las personas que forman parte de ellas; en definitiva, si contemplan todas las realidades posibles. “Históricamente, las ciudades han sido planificadas y diseñadas por los hombres y para los hombres. Tienden a reflejar los roles de género tradicionales y la división del trabajo en función del género. En general, las ciudades resultan más adecuadas para los hombres heterosexuales, cisgénero y sin discapacidades que para las mujeres, las niñas, las minorías sexuales y de género, y las personas con discapacidad”, deduce un estudio sobre planificación inclusiva del Banco Mundial.
Ante esta cuestión, la arquitecta argentina y activista social Ana María Falú (Directora de CISCSA- Red Mujer y Hábitat de América Latina) ahonda en la diferencia entre vivir en la ciudad y tener derecho a la ciudad. “La planificación urbana no peca de neutralidad, peca de omisión (de omitir a un conjunto de sujetos sociales y, en concreto, a las mujeres). Las mujeres no vivimos los territorios de igual manera que los hombres, en parte, debido a la división sexual del trabajo (que nos adjudica el rol de cuidadoras) y nos pone en una categoría de la subordinación; también, porque estamos connotadas por nuestra biología, entendida como distinta pero también como subalterna, devaluada”.
¿Qué acciones pueden revertir la situación? Desde pequeñas reivindicaciones locales sobre el transporte seguro (“Necesitamos un transporte al servicio de toda la población y diseñado con perspectiva de género. Está el ejemplo de 'Viajemos segura', en la ciudad de México, 'Quito Segura'...”) a grandes manifestaciones en el espacio público reclamando derechos y que “tengan en cuenta la vida cotidiana en los barrios, la calidad de los servicios, de la calle, de las aceras, así como privilegiar a las personas sobre los vehículos”. No en vano, Falú reclama que “las mujeres son las que más usan el espacio público, casi siempre con otros: niños, personas con discapacidad, mayores… Ese espacio público tiene que estar pensado en clave feminista".
De gestos rutinarios a políticas nacionales: el reto de la inclusión abarca todos los ámbitos y todas las dimensiones urbanas. "Se trata de hablar de las necesidades que tiene la gente en la ciudades cambiando el punto de mira desde lo productivo y lo privado hacia la sostenibilidad de la vida", sentencia en una entrevista para Público Blanca Valdivia, del Col·lectiu Punt 6, una cooperativa internacional de arquitectas que pretende romper jerarquías y discriminaciones a través del espacio.
Así, en el informe 'Entornos Habitables' , el colectivo toma como objeto de estudio la ciudad de Cali, en Colombia, para “recuperar también la importancia de las voces de las mujeres sobre sus vivencias de la ciudad, destacando las diferencias que las atraviesan”, tratando de exportar un profundo conocimiento y compromiso con los derechos de las mujeres a la ciudad “y, en particular, el derecho a vivir una vida sin violencias, para erradicar las ciudadanías de miedo”. Para elaborarlo, además de entrevistas con personas clave, grupos de discusión, ejercicios de observación, mapas perceptivos, marchas exploratorias de reconocimiento del entorno etc. diseñaron una serie de líneas de actuación: un entorno señalizado, visible, vital, vigilado, equipado y comunitario. “La ciudad se construye en función de la cantidad y calidad de las relaciones sociales y es en el barrio donde éstas se producen de forma más intensa, por ello el sentimiento de sentirse seguro o segura en los barrios es básico para poder definir una relación positiva con el medio urbano que habitamos y con sus gentes”, reza el estudio.
Una ciudad que no solo sea un continente, sino que sea parte intrínseca del contenido acompañando al ciudadano en cada paso; una 'ciudad de los cuidados', como definía la arquitecta Izaskun Chinchilla en el libro del mismo nombre. Chinchilla se refiere a esa ciudad en la que predomina el bienestar de los ciudadanos y la atención a sus necesidades sin perder de vista la sostenibilidad y el cuidado del entorno (que es, en última instancia, el cuidado del futuro). Se trata de cuestionar el modelo actual de ciudad (que denomina 'ciudad reproductiva') que hemos descubierto como hostil y agresiva ante el confinamiento pandémico, por ejemplo.
La ciudad reproductiva se basa en la zonificación por usos (una división espacial en zona de negocios, otra residencial, educacional... siempre con primacía de los usos productivos) lo que anima a moverse en transportes privados. En cambio, en la ciudad de los cuidados, estructurada idealmente bajo el modelo de los 15 minutos, todos los usos diarios se encuentran dentro de este rango de tiempo, lo que anima a moverse a pie. Además, es biodiversa (da respuesta a lo que necesitamos para cuidar nuestro cuerpo) y en ella la diversidad (cognitiva, funcional, por diferencia de edades...) es abiertamente reconocida. El habitante de la ciudad de los cuidados no es solo un consumidor: es un agente de acción cívica.
Sostenibilidad, salud mental, entornos seguros... e inclusión, inclusión y más inclusión. Las mujeres arquitectas de nuestra era apuestan por proyectos en los que todas las diversidades se reconocen y en donde las ciudades mutan, dan respuesta y protegen al ciudadano, sea como sea y sin ambages.