Salud y urbanismo: cómo se diseña la ciudad sana del futuro
La salud, al fin, se ha colocado en el centro de la discusión urbanística: la necesidad de espacios al aire libre, de grandes zonas comunes de intercambio de ideas y, por ende, de mejora de la salud mental del ciudadano; hablamos de ciudades con acceso rápido y sencillo a servicios médicos, y en las que se pretende erradicar el llamado 'síndrome del déficit de naturaleza’. La crisis climática afecta a las ciudades así como estas siguen siendo responsables de un alto impacto ecológico “debido a que consumen el 60% de los recursos, y generan residuos y contaminación, provocando más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero a escala global”, como se advierte en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Cuestiones que tienen, en última instancia, una consecuencia directa en la salud de sus ciudadanos.
A medida que cambia nuestra realidad climática, sus efectos generan nuevas situaciones que se definen con terminologías: darles nombre es aceptar y asumir que existen. Tal es el caso de ecoansiedad (término utilizado por primera vez por la Asociación Estadounidense de Psicología en el año 2017 que define el miedo, la inquietud, pero también la responsabilidad ante la crisis climática y sus consecuencias), la solastalgia (concepto muy relacionado con la ecoansiedad y que hace referencia al estrés y demás trastornos que sufren aquellos que han vivido cambios drásticos en su territorio a consecuencia de algún desastre natural) o el síndrome de déficit de naturaleza (los efectos que la falta de contacto con la naturaleza tiene en la sociedad). Nuevas palabras para definir trastornos provocados por la falta de naturaleza en nuestro día a día y por las consecuencias de la crisis climática en las ciudades.
“Actualmente políticos y sociedad civil se encuentran en una encrucijada sin precedentes: transformemos nuestro modo de vivir si queremos seguir viviendo”, expresa el informe de 'Las ciudades frente a la crisis ecológica’ de Ecologistas en Acción, un paper que busca dar respuestas a cómo un nuevo modelo de relación con la naturaleza puede afectar a nuestras ciudades. Pero, ¿por dónde empezar?
Desde ISGlobal (Instituto de Salud Global radicado en Barcelona que busca “contribuir al esfuerzo de la comunidad internacional con el objetivo de afrontar los retos de la salud en un mundo globalizado y corregir las desigualdades en el estado de la salud de las distintas poblaciones del mundo”) identifican cinco factores principales, todos intrínsecamente relacionados, que hay que abordar para construir ciudades sostenibles y, por supuesto, saludables.
1. Contaminación
El caballo de Troya: bajo este paraguas identificamos desde la contaminación del aire, del agua, de los suelos… Pero en este apartado, hablamos de la calidad del aire en las ciudades: “El 98% de las ciudades de países de ingresos bajos y medios no cumple con los niveles seguros de calidad del aire de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En los países de ingresos altos, ese porcentaje disminuye al 56%”, confirma el estudio de ISGlobal.
Las enfermedades derivadas de este efecto contaminante del aire urbano son ampliamente conocidas (cáncer de pulmón, afecciones respiratorias…) y BreatheLife, una iniciativa de la Organización Mundial de la Salud y la Climate & Clean Air Coalition, se creó, precisamente, para implementar soluciones a la contaminación del aire y ayudar al desarrollo de los objetivos globales. Desde el transporte a la energía, la propuesta integral de BreatheLife, poco a poco, va calando en las ciudades del mundo.
Tal es el caso de Colombia, cuyo Gobierno se compromete a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 51% de cara a 2030. Colombia también se comprometió a reducir el carbono negro en un 40% en comparación con los niveles de 2014, convirtiéndose en el tercer país del mundo que establece un compromiso específico de reducción de emisiones para este contaminante en su NDC (Contribución Determinada a nivel Nacional).
Colombia incluye así la salud como parte inherente de su plan ante la crisis climática, con dos metas fundamentales: que el 100% de las entidades territoriales de la salud formulen adaptaciones que permitan prevenir enfermedades sensibles al clima, como el dengue, la malaria y el zika; que se generen acciones de adaptación para que las ‘Instituciones Prestadoras de Servicios de Salud’ estén preparadas frente a eventos climáticos adversos y permitan seguir prestando servicios médicos en casos de emergencia: “Enfrentar el cambio climático trae múltiples beneficios en muchas áreas, entre ellas, la salud pública. Implementar nuestra NDC tendrá un beneficio enorme en términos del mejoramiento de la calidad del aire, por mencionar un ejemplo. Los índices de mortalidad por causas asociadas a la mala calidad del aire se reducirán si logramos, entre todos, mejorar la calidad del aire que se respira”, comentaba Carlos Eduardo Correa, ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible en el anuncio de estas medidas.
2. Ruido
Tráfico rodado, una mayor condensación de personas en espacios más reducidos, el trajín acústico de los negocios, señales y anuncios sonoros… la ciudad es un compendio de estímulos que inciden en los niveles de estrés además de poder llegar a dañar nuestros oídos y producir alteraciones del sueño.
La Agencia Europea del Medioambiente calcula que, en Europa, el ruido ambiental causa al menos 12.000 casos de muerte prematura cada año. En el caso de Chile, el 50% de las denuncias ambientales recibidas por la Superintendencia del Medio Ambiente corresponden al contaminante ruido y se calcula que 1.440.000 de personas están expuestas potencialmente a niveles de ruido inaceptables en Santiago de Chile. Así, el Ministerio del Medio Ambiente chileno creó una red de monitoreo de ruido ambiental como herramienta para desarrollar un urbanismo más sostenible y sano. En asociación con el Instituto de Acústica de la Universidad Austral de Chile se elaboró, además, un Mapa Sonoro de Chile, que ayuda a identificar los paisajes sonoros positivos (lugares en el que la naturaleza manda, el sonido del mar, el piar de los pájaros…) y los negativos (el desorden del tráfico, la molestia de sonidos elevados…).
3. Espacios naturales
En España, diferentes iniciativas por la “limpieza” acústica se muestran en todo el territorio. El documento sobre ‘Ciudad, urbanismo y salud’ del Ministerio de Sanidad afirma que “los espacios verdes favorecen el aislamiento de los parques del ruido ambiental circundante, creando espacios donde los sonidos que escuchamos pueden ser las hojas de los árboles, los pájaros piando y los niños jugando”.
Como afirmábamos previamente, todos los puntos están relacionados entre sí. Y todos llevan a la necesidad de ampliar la masa forestal y a los espacios naturales como solución prioritaria. Encontramos en la ciudad de Valencia un ejemplo magnífico de ‘verdificación’ del urbanismo en los últimos años con iniciativas como el programa ‘Una Valencia más verde’. La primera edición de este programa supuso la plantación de 3143 árboles; para la segunda parte del programa, se prevé que se sumen 1300 árboles y palmeras en los 13 distritos de la ciudad “lo que permitirá absorber más de 37.000 kilos de CO2 al año”, como anunció la alcaldía de la ciudad, haciendo hincapié en los “importantes servicios ambientales que presta el arbolado viario, y que con frecuencia pasan desapercibidos, como su efecto regulador de la temperatura, su provisión de sombra en los días calurosos, su papel clave a la hora de retener contaminación, purificar el aire y mitigar las emisiones de CO₂ y, finalmente, su papel como refugio de la fauna urbana. Cuantos más árboles, mejor calidad de vida en la ciudad”.
4. Actividad física
La proximidad a espacios verdes y azules (ríos, lagos, mares…) se asocian a una mayor actividad física por parte de los ciudadanos (además de demostrarse sus amplios beneficios para la salud mental): “La planificación urbana y del transporte influye en el nivel de actividad física de la ciudadanía y, por tanto, en nuestra salud. Necesitamos ciudades que prioricen el transporte a pie y en bicicleta, que cuenten con espacios verdes y faciliten el desplazamiento activo y/o en transporte público, así como realizar deporte”, concluye ISGlobal.
Volamos a Buenos Aires para conocer su programa de actividad física, ‘Buenos Aires Ciudad Activa’, un compendio de actividades enmarcadas en la iniciativa internacional Global Active Cities que pretenden "frenar el avance de las enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes, la obesidad, enfermedades cardiovasculares, enfermedades respiratorias crónicas y algunos tipos de cáncer, que actualmente representan la principal causa de muerte en Argentina y el mundo”.
En 2018 se celebraron en la ciudad los Juegos Olímpicos de la Juventud que dejaron un legado de edificios e infraestructuras que, a día de hoy, siguen siendo indispensables para el desarrollo deportivo de los porteños. Edificios, clínicas deportivas, estaciones saludables que realizan controles de salud gratuitos… y un mapa con todas las actividades físicas gratuitas que se pueden disfrutar en la ciudad.
5. Temperatura
El cambio climático conlleva el aumento de temperaturas, olas de calor, sequías prolongadas, fuertes períodos de lluvias intensas... Ante este diagnóstico, el planteamiento urbanístico y el diseño urbano deben plantear una nueva forma de pensar los espacios urbanos con criterios de salud pública.
Urbes como Ciudad de Panamá trabajan en documentos que procuran una buena praxis en la organización urbana. La Dirección de Planificación Municipal de la ciudad trabaja en una ‘Guía de Diseño Urbano de Ciudad de Panamá’, en la que se definen todo tipo de infraestructuras, desde el pavimento hasta el arbolado. Uno de sus objetivos es ofrecer sombra a los viandantes, rebajar la temperatura del centro de la ciudad así como las emisiones de GEI.
En definitiva, el urbanismo tiene un impacto directo en la salud de los ciudadanos. Por una parte, decide la creación de entornos adecuados que mitiguen los efectos de la contaminación; por otro, influye en las decisiones del ciudadano en su día a día (más o menos saludables), como la elección de los medios de transporte y la movilidad. No en vano, la OMS recomienda que una persona adulta debe realizar un mínimo de 150 minutos de actividad física a la semana y, para ello, contar con infraestructuras cómodas y seguras es fundamental, así como con propuestas de micromovilidad compartida (y eléctrica) que permitan al ciudadano moverse de manera rápida, limpia y accesible en su ciudad.
Una ciudad saludable es una ciudad resiliente, capaz de generar una respuesta que se adaptará a las diferentes situaciones climáticas que deberemos afrontar en un futuro próximo; una ciudad que se podría definir como empática y resolutiva.