Katrina Johnston-Zimmerman:
“Para definir la ciudad del futuro necesitamos escuchar voces más diversas” “Si la ciudad no te escucha, estás perdiendo el derecho a la ciudad”
Katrina Johnston-Zimmerman afirma que su misión como antropóloga es crear ciudades centradas en el corazón. Y lo hace a través de la observación diaria en su ciudad, Philadelphia, y de la investigación y el estudio de las civilizaciones a lo largo de la historia. Directora de THINK.urban, consultora que “impulsa el cambio urbano a través de la lente de la antropología”, es también cofundadora de la iniciativa Ciudades Lideradas por Mujeres, cuyo objetivo es poner en valor a las mujeres en la gestión de las ciudades.
Su ámbito de estudio es la antropología urbana siempre a través de las lentes moradas del feminismo, una mirada sobre la actualidad de la ciudad desde una perspectiva histórica, una manera de acercarse a las urbes desde las necesidades humanas pero también desde los deseos. Una figura que sirve de nexo entre el ciudadano de hoy y el ciudadano del futuro; entre lo que existe y lo que se espera que exista en la ciudad.
Como antropóloga defiende el “derecho a la ciudad como hábitat de todos los seres humanos", ¿cómo lo hace? ¿Cuál es el primer paso?
Hay que volver al origen y empezar por el principio. Creo que tenemos que llegar a un entendimiento compartido de la definición de lo que somos y cuál es nuestro lugar. Qué queremos de una ciudad, qué conforma una ciudad, ¿qué es una ciudad? Hasta el momento hemos asumido una serie de definiciones realizadas por diversos grupos de personas pero estas son, en su gran mayoría, hombres cis; hombres que en la industria son profesionales o que están asociados al campo del urbanismo (como economistas, políticos…) y su definición de ciudad es limitada porque tienen una experiencia limitada. Tenemos que ampliar nuestro conocimiento sobre quién vive en una ciudad; construir una conversación en la que se escuchen voces más diversas sobre qué debería ser una ciudad.
Bajo mi punto de vista como antropóloga urbanista, creo que las ciudades deberían ser como las urbes primigenias. Pongamos como ejemplo Çatalhöyük (en Turquía), que funcionaba más como una comunidad que como una metrópolis: la población vivía en un conjunto de casas y compartía recursos, el cuidado de los niños… no había una estructura jerárquica ni una segmentación. No había desigualdad de género y, de hecho, funcionaba más como un matriarcado. El aspecto comunal era realmente la esencia de la ciudad; un lugar en el que la gente se unía. Es por ello que para mí, la ciudad es más un hogar que la definición moderna de un motor o una gran maquinaria.
¿Puede el urbanismo tener consecuencias en la salud mental de los ciudadanos?
Absolutamente. Esta afirmación se basa en evidencias científicas. Nosotros, como seres humanos (y como animales) recibimos un gran impacto por parte de nuestro entorno. Tenemos que comprender que somos criaturas que necesitamos cuidarnos entre nosotros y que el entorno en el que vivimos es básico para ese bienestar (como pasa con el resto de criaturas, respondemos al medioambiente). La contaminación (tanto ambiental como acústica) e incluso la soledad… todo lo que tiene que ver con la salud física y mental se ve afectado por nuestra actividad urbana.
¿Qué es una ciudad consciente y cómo podemos conseguirla?
Últimamente se habla mucho del concepto de la ‘Ciudad de los 15 minutos’ [una urbe en la que todo lo que necesita el ciudadano, desde provisiones, a colegios pasando por trabajo e infraestructuras…se encuentra a un máximo de 15 minutos de su hogar caminando o en bicicleta; concepto acuñado por Anne Hidalgo, alcaldesa de París]; es decir, tener todo al alcance en un cuarto de hora como máximo, asegurando así el bienestar social y medioambiental.
Es un ejemplo de cómo quienes están a cargo de la ciudad en cualquier nivel (un planificador en algún departamento, la alcaldía…), tienen la responsabilidad de encontrar la manera más beneficiosa para sus habitantes aunque haya decisiones que no gusten y afecten directamente a los hábitos de estos suponiendo cambios de vida significativos. Bajo mi perspectiva, una ciudad consciente y más centrada en sus habitantes debería ser una ciudad menos dependiente del coche privado.
¿Qué papel cree que puede desempeñar el feminismo en la construcción de la ciudad del futuro?
Si nuestras ciudades han sido creadas, gestionadas e imaginadas por hombres, es hora de empezar a ahondar en la diversidad de opiniones, introduciendo a las mujeres en la conversación. Y esto no significa decir que las mujeres son más atentas, amables o cariñosas: es darles un espacio para exponer su opinión en el concepto de ciudad; también se trata de introducir más diversidades en la realidad de las ciudades (personas racializadas, con discapacidad, queers…). Pero el punto de partida tiene que empezar por revertir la desigualdad de género.
¿Cómo sería una ciudad impulsada por mujeres?
Además de antropóloga (y, por lo tanto, estudiante de las civilizaciones del mundo), me considero también una futurista. Para mí, todo tiene que ver con nuestra visión del futuro: cómo podemos entender el pasado, unirnos en el presente y co-crear una visión del futuro. Así, entiendo que la ciudad feminista se parecerá, en varios aspectos, al funcionamiento de los mejores barrios en los que querríamos vivir ahora: que sean lugares caminables, con espacios verdes, aire limpio, plazas públicas que permitan el encuentro… Con la diferencia de que necesitamos que sean lugares a los que todos podamos optar y en los que todos podamos vivir (no sólo un grupo reducido de personas). No se trata de una innovación utópica, necesitamos un hogar: necesitamos vernos, necesitamos sentirnos seguros, cuidados y con oportunidades para disfrutar de la vida en las calles de una ciudad.
¿Qué es lo más preocupante y lo más prometedor de las ciudades actuales?
El mayor reto al que nos enfrentamos, sin duda, es la crisis climática; el desafío que nos concierne a todos. La forma en la que vemos la ciudad del futuro y cómo nos imaginamos una urbe de altísima tecnología para afrontar el problema, es peligrosa; nos olvidamos de la esencia, de la iluminación, de los parques, los árboles en nuestro entorno… no es tan difícil. Si ponemos todo nuestro esfuerzo en estas cuestiones, conseguiremos estar en muy buena forma, mitigando emisiones y limpiando nuestro aire. Por eso, soy optimista en ese aspecto: es algo que se puede hacer, es factible.
¿Cómo imagina la ciudad ideal del futuro?
Una ciudad perfecta es aquella en la que una persona normal tiene un impacto y cuyas necesidades se ven cubiertas (hablamos de salud y también de felicidad). Si tienes una ciudad que escucha realmente a sus ciudadanos, tienes una ciudad que puede responder al ciudadano; entonces, como habitante, te sientes atendido y se proporciona un nivel de seguridad y de confianza en el sistema de gobierno. Para todo ello, la ciudad ideal dará acceso igualitario a todos sus ciudadanos en todos los servicios.
Como ciudadanos, ¿podemos reinventar la ciudad y recuperarla?
El ‘derecho a la ciudad’ dice que cualquiera tiene derecho a una ciudad. Pero esto no se da así en la realidad, no es un derecho que llegue tan lejos: el ciudadano se encuentra en una posición en la que, prácticamente, no tiene control sobre nada.
Pongamos un ejemplo: si tú vives en un bloque de vecinos, sabes qué necesita ese edificio y el entorno, como podría ser la colocación de una señal de tráfico o la presencia de más zonas verdes; si la ciudad no te escucha y no entiende tus peticiones, estás perdiendo el derecho a la ciudad. Estas cuestiones ocurren todo el rato y es por eso que muchos ciudadanos toman cartas en el asunto y buscan la solución por su cuenta y sin permiso; se hacen con el espacio y organizan actividades o crean, por ejemplo, un huerto urbano, si no hay otra manera legal o accesible de hacerlo. Entonces, una forma para solucionar estas acciones irregulares, es abrir la normativa y dar un mayor nivel de permisividad de abajo arriba pero, del mismo modo, necesitamos que eso sea concedido desde arriba.
En definitiva, creo que hay cosas que podemos hacer para mostrar que necesitamos tener más control en nuestro entorno inmediato pero hasta que las administraciones escuchen al ciudadano, esto seguirá siendo un gran reto.
¿Caminar puede ser una forma de resistencia?
Por supuesto. Me atrevo a ponerme como ejemplo: he elegido no tener coche ni carnet de conducir, porque tengo el privilegio de poder elegirlo. Elijo moverme en bicicleta, en servicios de car sharing, en transporte público… o caminando, por supuesto.
Se trata, en el fondo, de hacernos visibles. De hacer visible la necesidad de una ciudad bien comunicada y que permita otras formas de moverse. Esto es clave.
En un mundo en el que cada vez nos comunicamos con más gente pero a través de la tecnología, ¿qué papel juegan los espacios? ¿pueden ayudar a combatir la soledad o la desigualdad?
Los espacios públicos siempre van a ser importantes para el ciudadano. Es otra de esas cuestiones que aprendimos con la pandemia: algunos pensaron que ese era el momento perfecto para demostrar que toda la tecnología usada de manera individual en nuestras casas era el futuro. Es decir, que el futuro de la Humanidad será la vida online. Sin embargo, el teletrabajo por el que tanto apostábamos generó lo que se denominó como ‘zoom fatigue’ [cansancio provocado por la excesiva exposición a herramientas de comunicación virtual].
Demostramos que estábamos deseando salir, encontrarnos… somos seres sociales, necesitamos estar en contacto. Y en esta necesidad de trascender los encuentros virtuales, los espacios públicos son la solución. Eso sí, debemos encontrar el equilibrio entre los beneficios de lo virtual y lo presencial (también nos dimos cuenta de los desplazamientos innecesarios, fuimos más conscientes de nuestro tiempo…).
¿Hacia dónde va la movilidad del futuro?
Si pudiésemos seguir desarrollando la ‘Ciudad de los 15 minutos’ (que en mi opinión sería lo ideal) caminar, ir en bicicleta y utilizar medios de transporte eléctricos y públicos serían las mejores opciones, las más sanas y ecológicas.
¿Qué es lo que más valora de su vida en la ciudad?
Lo que más valoro no es solo la interacción social sino todos esos ‘weak social ties’, como denominamos en el campo de la sociología (se refiere a la ‘teoría de la fuerza de los lazos débiles’, formulada en los años 70 por Mark Granovetter y que propone que las relaciones sociales poco intensas son muy útiles y efectivas en las oportunidades del individuo). Es la ciencia de la vida, es gente que veo a diario pero que no conozco, es el misterio… el encontrarte una instalación artística en plena calle o algo menos especial, como una pegatina, un mensaje, unas flores… alguien lo ha dejado en la ciudad a la vista de todos. Valoro el encontrarme esas señales de la vida, de personas que tratan de vivir… es una sensación muy envolvente que disfruto día a día.
¿Qué máxima te gustaría transmitir a las futuras generaciones de antropólogos?
Todos tenemos el potencial de ser antropólogos, incluso urbanistas. No es algo que tengamos que aislar, segregar de manera exclusiva. Esa es la clave: seas quien seas, estudies el área que estudies (salud pública, arte, arquitectura…) deja tu huella en la ciudad: todo el mundo tiene el derecho de decir cómo es, qué necesita, qué ha experimentado. Es importante. Hazte dueño de tu ciudad y expresa cómo te sientes porque, lo que sientes es real; y nuestra realidad solo puede ser creada según lo que imaginamos. Lo que más hablemos, lo que defendamos, lo que soñemos, es lo que podremos hacer posible. Tenemos que creer que algo mejor es posible.
Tras una charla con Katrina, en la que los tecnicismos se pierden por el camino y las sensaciones y sentimientos salen a la luz, concluimos que las ciudades han de ser humanas o perderán el sentido propio de la definición de ciudad. Ciudades conectadas, que escuchen al ciudadano, que entiendan que solamente funcionarán si todas las realidades y las diversas voces son contempladas y forman parte de la conversación y de las decisiones urbanísticas. La antropología analiza el pasado para hablar del futuro y funciona como catalizador del presente y, por ello, debe ser parte del devenir de las ciudades.